Si bien el refugio de los porotos les había dado una tregua, la enfermedad guardaba un golpe oscuro. Un episodio terrible estaba a punto de ocurrir, obligando a Catalina a tomar una decisión que lo cambiaría todo.
Catalina recuerda que era un día viernes, a las 11:20 de la noche, cuando recibió una llamada desesperada de su madre. María le dijo que Don Selso estaba alterado y profundamente desorientado. El patriarca se había encerrado en su pieza y, en un instante de absoluta desesperación, intentó suicidarse anudando calcetines. Al percatarse, su esposa irrumpió y le quitó los calcetines del cuello. En el forcejeo, la mente turbulenta de Don Selso, viendo frustrada su misión, la empujó y ella cayó al piso.
María, presa del pánico, salió de inmediato a pedir ayuda a los vecinos. Cuando llegaron, encontraron a Don Selso en un segundo intento, esta vez con su cinturón puesto en el cuello, jalándolo con todas sus fuerzas. Llamaron de inmediato a la ambulancia, mientras Catalina volaba hacia la casa.
Al llegar, Catalina entró directo a la pieza, lo miró de frente y le lanzó la pregunta que rompía el miedo:
—¿Qué te pasa, viejo?
A lo que él respondió, con un hilo de lucidez y arrepentimiento:
—Hija, no me deje solo y perdóneme, no lo volveré a hacer.
En un momento de emoción desbordada, Catalina lo abrazó con todas sus fuerzas y le dio la única certeza que le quedaba: ella siempre estaría a su lado.
Después de ese episodio, triste y agotador, Catalina comprendió la verdad: su madre estaba desgastada emocional y físicamente. Tomó la decisión más importante: llevaría a Don Selso a vivir con ella.
Al compartir el día a día con su padre, Catalina logró la empatía profunda con su madre, la cuidadora. Aprendió a convivir con la enfermedad, entendiendo que, si bien los primeros meses fueron una batalla, Fue una etapa en la que su padre, aquel hombre fuerte que siempre había sido su superhéroe, ahora se orinaba en cualquier parte, gritaba y arrojaba las cosas a su alrededor. Fueron días y noches muy largas y agotadoras, durante las cuales Catalina, con el tiempo Catalina se volcó a informarse sobre el cuidado de su padre: sus conductas, su alimentación y, fundamentalmente, sus medicinas.
Después de absorber todo este conocimiento, Catalina sintió que debía ir más allá. Sentada en el patio de su casa, con una angustia que la hacía llorar, miró al cielo y le pidió a Dios y a sus hermanos que la iluminaran para darle una mejor calidad de vida a su padre.
Al día siguiente, con una convicción que rayaba en la fe, Catalina tomó los medicamentos que le habían dado en el consultorio para tratar la enfermedad de su padre y los desechó. Comenzó a medicarlo únicamente con medicina natural, tal como Don Selso había crecido.
Con el pasar de los días y la aplicación de la medicina natural, Catalina notó un cambio radical: el comportamiento de su padre se transformó.
Don Selso había vuelto a vivir; tenía energías, regresó a limpiar porotos con fervor y era, visiblemente, otra persona. Catalina sintió que había recuperado a su padre, al hombre fuerte de su infancia.
Al ver la espectacular mejoría, Catalina habló con su madre y ambas acordaron un sistema de cuidado mutuo: Don Selso estaría 10 días con Catalina y 5 días con su esposa. En ambas casas, las condiciones estaban adaptadas para darle un cuidado óptimo, y en cada hogar, tenía su puesto de trabajo sagrado para limpiar sus porotos.
Aun en medio de esta lucha silenciosa, Catalina se sentía emocionalmente sola y agotada. Sin buscarlo, ingresó a las redes sociales para encontrar apoyo, información y, a la vez, inmortalizar los recuerdos de su padre en un lugar seguro.
Rápidamente, esa red social se convirtió en su familia virtual. Encontró apoyo, contención, se sintió escuchada y descubrió que no era la única persona que enfrentaba esta dura enfermedad. Su rol pasó de ser una cuidadora que buscaba ayuda, a ser un faro que entregaba apoyo, información y alegría. Ella había entendido que su padre, aun con la niebla de su mente, seguía vivo y podía reír y ser feliz, incluso en su mundo de olvido.
Cuando todo parecía estabilizarse, el destino preparó la prueba más dura. Un 23 de febrero del año 2023, en un control de rutina, el cardiólogo le dio una noticia devastadora: el corazón de Don Selso estaba fallando y requería una operación de urgencia. La solución era ponerle un marcapasos, un procedimiento de altísimo riesgo dada su edad y condición.
El doctor, en privado, le hizo la pregunta que ningún hijo quiere escuchar:
—Esta operación es muy delicada. De ser necesario, ¿usted acepta una reanimación a su padre, conociendo las duras consecuencias?
Catalina respiró profundo, y con lágrimas en los ojos, le aseguró al doctor:
—No va a ser necesario, Diosito está con nosotros.
El médico, tras revisar los resultados, se mostró confiado, pues Don Selso era un hombre fuerte, bien cuidado, y los exámenes lo declaraban apto para la cirugía.
Aun así, Catalina sintió que todo lo avanzado se derrumbaba. Don Selso fue hospitalizado de urgencia. Ella, con su preocupación, habló con las enfermeras y les explicó la realidad: su padre tenía Alzheimer y era sordo.
Esa noche, la angustia fue tremenda; Catalina no durmió. Al llegar al hospital a la mañana siguiente, una enfermera la interceptó:
—Ya todos sabemos que usted es Olivia Catalina Contreras Catalán, que su padre tuvo que vender una yegua y su potranquita para poder comprar una máquina para cortar el pelo, y que don Selso no paró en toda la noche de llamarla.
Al entender el poder de ese vínculo, autorizaron a Catalina a quedarse con su padre día y noche.
El 13 de marzo llegó el día de la operación. Don Selso entró a pabellón. Catalina quedó con una angustia gigante; fue el único momento en meses que se separó de él. La espera fue eterna y se extendió por más de tres horas.
Finalmente, salió el doctor. Se acercó a Catalina y le informó que la operación había sido un éxito rotundo. El cirujano sonrió y añadió:
—Don Selso al despertar lo primero que dijo fue: "¿Dónde está mi hija?, quiero verla".
Con esa noticia, y al poder sentarse al lado de su padre, Catalina sintió que el alivio y la felicidad la inundaban.
Al día siguiente, don Selso recibió el alta. La prueba de fuego había sido superada. Aquel lazo padre e hija se había templado con la fuerza inquebrantable de la vida, confirmando una vieja certeza: mientras exista el amor, la esperanza siempre encuentra el camino de vuelta. Y el camino de vuelta para él era el trabajo, su ancla con la realidad. Apenas cruzó el umbral de su casa, buscó la mirada de su hija y soltó la frase que sellaba su recuperación: —Señora, ¿tiene porotos para limpiar? Llevo mucho tiempo sin trabajar. La jornada no podía terminar de otra manera: con don Selso en su oficina, en silencio y en paz, limpiando porotos. Había vuelto."
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