Capítulo 7: La Brújula Rota: El Héroe frente al Olvido
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Capítulo 7: La Brújula Rota: El Héroe frente al Olvido

Cuando el amor trasciende la memoria

El Viaje a los Orígenes: La Canela de Puchuncaví

A pesar del dolor, el amor encontró un camino para honrar la vida. Desde muy niña, Catalina tuvo un sueño: conocer las raíces de su padre, sus orígenes, dónde vivió, dónde jugó y ver con sus propios ojos el pueblo del que con tanto orgullo hablaba su padre: "La Canela de Puchuncaví". Y fue así que en abril de 2017, Catalina y su familia llevaron a Don Selso a su pueblo.

Querían que sus hijos conocieran las raíces de su abuelo, que pisaran la tierra donde todo había comenzado, donde un niño abandonado había aprendido que el amor existe incluso en la adversidad más cruel. La sorpresa de sus viejos amigos al ver a Don Selso llegar con su hija y sus tres nietos fue unánime, expresada con una mezcla de alegría y asombro que contenía décadas de historia compartida:

—¡Selso, nunca nos imaginamos que lograrías tener tu familia!

Era más que un saludo; era un reconocimiento, una validación, un testimonio de que el destino puede ser desafiado. El viaje fue un espejo profundo, un momento de validación que trascendía las palabras: el niño abandonado había triunfado sobre el destino. Él había construido, contra todo pronóstico, contra todas las estadísticas del abandono y la orfandad, el hogar y el legado que la vida le había negado en sus inicios. De pie en La Canela, rodeado de su hija y sus nietos, Don Selso era la prueba viviente de que el amor puede romper las cadenas de cualquier maldición generacional.

La Dignidad de una Excusa

A pesar de la validación de su legado, a pesar del amor que lo rodeaba, la fragilidad mental de Don Selso seguía su curso inexorable. En el año 2018, después de vivir dos años con su hija en paz y cuidado, tomó una decisión que desgarró el corazón de Catalina: volver a su casa en El Polígono, donde vivía su esposa.

Su excusa, nacida en medio del inicio de la enfermedad que pronto lo consumiría, fue un acto de amor, terror y de desesperación digna. Tenía miedo de que le quitaran su casita, esa casa que había construido con el sudor de toda una vida. Tenía miedo de que su esposa conociera a otro hombre y él la perdiera. Era el último intento de un hombre que había sido protector toda su vida de aferrarse a su rol, incluso cuando su mente comenzaba a traicionarlo.

Fue esta vez Don Selso quien tuvo que darle una noticia a su hija. Le pidió que se sentara a su lado porque tenían que conversar.

—Yo le agradezco mucho, hija, todo lo que usted hizo por mí, pero yo tengo que volver a mi casa con mi esposa —fueron sus palabras, dichas con la dignidad de quien toma una decisión que cree correcta, aunque esa decisión esté nublada por el inicio del olvido.

Catalina, con el corazón partido pero con la comprensión de quien ama de verdad, lo dejó ir. Pero Don Selso no se fue del todo. Durante todo el año 2018, estableció un ritual que demostraba que incluso en la confusión, el amor permanecía intacto: se venía sagradamente el día viernes a casa de Catalina y se devolvía el día domingo para la casa de su esposa. Era su manera de mantener unidos los dos mundos que amaba, de cumplir con ambos compromisos, de ser el protector de todos los que dependían de él.

El Amor que Venció la Pandemia

La inercia del amor de Don Selso no conocía barreras terrenales ni limitaciones impuestas por el caos del mundo. Su ritual de visitar a su hija y cuidarla sobrepasó el Estallido Social chileno de 2019, cuando las calles ardían con protestas y el país entero parecía desmoronarse. Siguió visitándola durante la incertidumbre y el miedo colectivo. Y después, cuando llegó la Pandemia de 2020, cuando el mundo entero se detuvo y la humanidad se encerró, Don Selso seguía en movimiento.

Ni siquiera la cuarentena lo detuvo. Catalina recuerda con exactitud y emoción contenida el día antes de que las comunas entraran en cuarentena total. Don Selso, con esa lucidez intermitente que a veces iluminaba la oscuridad de su mente en deterioro, sabía que las cosas se estaban poniendo "muy peligrosas". Sabía que su hija debía trabajar, que tenía que proveer para su propia familia. Y entonces, hizo el viaje solo.

Llegó a casa de Catalina con una última y solemne misión: dejarles dinero, la última provisión de su vida. Fue el acto final de un hombre cuya identidad estaba completamente tejida en la acción de proveer, incluso ante el terror global de una pandemia, incluso con su mente fragmentándose, incluso cuando su cuerpo apenas podía sostenerse. El carbonero que había caminado con seis sacos de carbón sobre sus burros seguía siendo el mismo hombre en esencia.

—Hija, yo sé que usted tiene su trabajo, pero las cosas se están poniendo muy complicadas —le dijo con la voz de quien advierte y protege hasta el último aliento.

Catalina, con la voz quebrada por la emoción que solo una hija puede sentir ante el amor inquebrantable de su padre, recibió el dinero con una promesa de guardiana:

—Reciban la plata del tatita, porque a todos nos regaló cierta cantidad de dinero. Y cuando él necesite cosas, yo se las voy a comprar con su platita y se las voy a dejar a mi mamá.

Hasta en ese último detalle se preocupó su padre. Hasta en ese momento final de lucidez, pensó en todos, proveyó para todos, cuidó a todos. Era Don Selso siendo Don Selso, incluso cuando el mundo se derrumbaba y su propia mente comenzaba a desvanecerse como niebla al amanecer.

La Sentencia: El Corazón, la Última Brújula

El deterioro, sin embargo, continuó su avance silencioso e implacable. En abril de 2020, mientras el mundo luchaba contra un virus invisible, la familia de Don Selso luchaba contra un enemigo igualmente devastador pero diferente. La madre de Catalina la llamó con la voz cargada de preocupación y le informó que Selso tenía conductas extrañas, comportamientos que ya no podían atribuirse solo a la edad o al cansancio.

Preocupada con la noticia, Catalina se dirigió a casa de sus padres. Luego de una conversación con ambos, invitó a su padre a salir a caminar. Tomados del brazo, caminaron sin destino. Don Selso tenía un semblante muy molesto, una actitud que Catalina no lograba entender, pues nunca lo había visto así. Ella le preguntó:

—Papá, ¿qué le pasa?

Don Selso, con una mirada perdida, comenzó a hablar incoherencias. Catalina se asustó y comenzó a calmarlo. Al sentirse seguro, Don Selso se calmó e inició un diálogo normal. Fue durante esa conversación cuando olvidó el nombre de uno de sus nietos. Catalina, sin entender y quedando descolocada, le preguntó nuevamente por el nombre, pero Don Selso no pudo recordar ni responder. En ese momento, sin soltar sus manos y con los ojos llenos de lágrimas, Catalina vio por primera vez a su padre viejo: a ese superhéroe que tenía de pequeña, el héroe que siempre estuvo a su lado, el que incluso sacrificó su tranquilidad, bienestar y ahorros para un mejor pasar de ella y sus nietos.

Catalina tomó la decisión como hija y protectora: lo llevó al médico, buscando respuestas que en el fondo de su corazón ya conocía pero necesitaba confirmar. La voz del doctor fue precisa y definitiva, una sentencia suave en tono pero implacable en significado: "Su padre padece de demencia senil."

Cuatro palabras que explicaban todo: los miedos inexplicables, las excusas para volver a su casa, las conductas extrañas, los olvidos cada vez más frecuentes. El amor había sido la brújula que lo había guiado en su vida, que lo había llevado por cuarenta kilómetros entre La Canela y Nogales, que lo había sostenido en la Cuesta de Puchuncaví con seis sacos de carbón. Ahora, el olvido le había roto el mapa de su propia vida.

Pero incluso con la brújula rota, incluso con el mapa destruido por la enfermedad, algo permanecía intacto en Don Selso: el ritual, la última tarea que dignificaba al carbonero, al padre, al abuelo. Porque el amor verdadero no reside solo en la memoria; reside en los huesos, en la médula, en el latido mismo del corazón.

La brújula estaba rota, pero la inercia del amor seguía guiándolo hacia casa, hacia los brazos de quienes lo necesitaban, hacia el único destino que su alma había conocido siempre: dar, proteger, amar.

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La Brújula Rota: El Héroe frente al Olvido

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