Capítulo 8: La Red de Resistencia: El Duelo en Vida

El Sacrificio Silencioso y la Metamorfosis

Fue un sacrificio diario de paciencia infinita, un ejercicio de entrega inagotable; el heroísmo silencioso que el mundo jamás aplaude, pero que sostiene la dignidad de la humanidad.

Fue así que madre e hija comenzaron, juntas, a aprender a controlar la enfermedad de Don Selso.

El primer año de la enfermedad fue doloroso y sacrificado. Se enfrentaron a una situación que no estaba en su mente ni en sus conocimientos: Don Selso se transformó, dejando de ser el padre protector y esposo para convertirse en un niño caprichoso. Aquel al que, cada mañana, debían levantar, lavar y vestir, igual que a un niño pequeño. Cuando comenzaba con los berrinches, era necesario calmarlo, sostenerlo, acogerlo, también entretenerlo y jugar con él.

La Búsqueda en El Polígono

Uno de esos días, cuando Catalina llegó del trabajo a la casa de sus padres, su madre le dijo que Don Selso había salido. Ella, sorprendida y con una preocupación anormal, recorrió toda la población El Polígono buscándolo y preguntando por él en todos lados; incluso fue al terminal de las micros para saber si había salido del sector.

Lo que duró alrededor de media hora se convirtió, para Catalina, en muchas horas de búsqueda. En ese angustiante tiempo, ella se encontró con unas niñas a las que les preguntó por su padre, dándoles sus características.

La respuesta de las pequeñas le devolvió la ilusión de tranquilidad que tanto necesitaba. Le dijeron que sí, que lo habían visto saliendo de la población por una calle conocida por todos: La Huellacanal.

En ese instante, Catalina salió corriendo a buscarlo. Al recorrer esa calle, encontró a su padre. Feliz y aliviada, se acercó a él.

Y juntos, se dirigieron a casa tomados del brazo.

La Proclamación del Legado

Fue un sacrificio diario de paciencia infinita, un ejercicio de entrega inagotable, el heroísmo silencioso que el mundo jamás aplaude, pero que sostiene la dignidad de la humanidad.

Por eso, el duelo en vida fue también un acto de resistencia y una proclamación: el hombre podía perder la memoria, pero ellas nunca perderían el recuerdo de su legado. En cada pregunta repetida que María respondía con paciencia, en cada historia que Catalina narraba para mantener viva la identidad de su padre, se tejía una red invisible pero inquebrantable que sostenía al carbonero en su lugar.

Don Selso Contreras, el hombre que había caminado cuarenta kilómetros con seis sacos de carbón, el padre que había proveído hasta en medio de una pandemia, ahora era sostenido por el mismo amor que él había sembrado durante toda su vida. La inercia del amor, esa fuerza imparable que había guiado sus pasos incluso cuando su mente comenzaba a fallar, ahora se convertía en el escudo que lo protegía del vacío del olvido. Y fue precisamente en esa niebla donde Don Selso, sin palabras, nos obligó a buscar el único lenguaje que su alma aún entendía: el sagrado propósito de una tarea.